El movimiento del recogepelotas alargando la mano para recibir la toalla le devolvió al partido. Se colocó dispuesto a esperar el saque más potente de su rival, quince años más joven. ¡Zumm .... Ploopp! la primera bola a la red. Esto estaba ganado ... casi ganado. Había que jugar al menos una bola más. Haría todo lo posible para que fuera como máximo una bola más.
¡Zumm! ... la pelota pasó la red y botó incómoda en el otro lado de la pista en un movimiento que se repetiría durante los diecisiete próximos golpes. Una dejada, un globo, un potente derechazo a la línea ... estaba moviendo a aquel chaval como quería, cada golpe era casi el definitivo pero el brillo en los ojos del chaval era revelador: de caer, sería exhausto, no por voluntad propia. El punto, magnífico, se antojaba el colofón ideal para un partido casi perfecto, sin apenas fallos.
De caer, lo haría exhausto, y casi lo estaba. Percibió en él que estaba en el límite, un golpe más y ya no llegaría. Solo había que ajustar bien el golpe: ¡Ploopp! ... pero no tanto. 15-40, dos bolas de partido y un rival casi exhausto al saque. Había que jugar al menos una bola más. Haría todo lo posible para que fuera como máximo una bola más.
Un saludo, Domingo.
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