Esta la historia del típico perro del que se dice que solo le falta hablar. Uno que vive junto a otro muy inteligente. Bueno, no es solo uno, inteligentes hay varios. Son los torpes los que escasean allí donde él vive.
El caso es que esta es la historia del primero, que fue eso, el primero. El primer perro que en una casa y además desde cachorro. En la memoria, acciones suyas típicas de las películas de Disney; con esos movimientos ágilmente torpes de los animales que todavía no han desarrollado todo su físico. Un perro que se da cabezazos contra la mesa de cristal porque ha crecido en el último mes y todavía no sabe que donde antes cabía holgadamente, ya no lo hace. Un animal que se distrae con una mosca o en este caso con restos de ceniza que levanta al corretear sobre una antigua hoguera apagada. El tipo de perro que rodea un erizo durante horas y se queda ronco ladrándole, el tipo de perro que se asusta de los tambores de Semana Santa y de las pieles de culebra (posiblemente de un ofidio real no se asustaría tanto). El tipo de perro que te trae una tortuga que ha encontrado Dios sabe dónde. Ese tipo de perro,
Pero no solo ese tipo de perro. Junto al perro de Disney o al Scotty de Scottex, el perro bueno, el perro travieso pero no malo, hay más perros. O el mismo pero con más sentimientos, más matices. Está el perro que se enfada cuando llega uno nuevo. De hecho un enfado se queda corto, es muerte por chocolate pero sustituyendo el chocolate por celos. Está el perro que no admite una derrota, se encara con otros y hasta con los dueños si es necesario. Está el perro que es extraordinariamente cariñoso y te busca sin cesar y el que pasa de ti como de comer ... pienso de régimen. Bueno, este es de los tragones así que no pasa del pienso de régimen. Y por último está el perro sádico al que le gustan las alitas de pollo crudas.
Habiendo comido tan solo unos minutos antes. Habiendo tenido un cierto trato de favor en comparación con otros perros tendentes a la obesidad ... sin otra explicación más que la de su instinto. Como decía algún vecino tras un caso similar: "tampoco puedo enfadarme porque los tengo para eso, para cazar". No es el caso de esta historia, el perro no está para cazar pero su instinto no está de acuerdo. Y como si se castigara a un humano que hubiera demostrado los mismos sentimientos que él, se le puede aplicar la indiferencia que otrora él aplicara. Se le puede aplicar el tratamiento de silencio. Se le puede aplicar la terapia de celos a base de acariciar a los "buenos".
Nada, él sabe que es solo temporal. No lo imagina, lo sabe. Lo que no sé si sabe es por qué lo hizo. Ni si consciente de que aquello estaba mal (los perros saben muy bien cuando algo está mal) intentó ingerir el "cuerpo de Benito" para deshacerse de las pruebas. Como todavía no habla, es una de las cosas que le falta, me temo que nunca lo sabremos. O quizás sí, quizás despierte algún día y el perro esté hablando. O quizás todo es mucho más sencillo y al igual que tantos otros perros, aquello fue solo producto de miles de años de evolución. Al final va a ser culpa del pobre Darwin.
Un saludo, Domingo.
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