sábado, 24 de junio de 2017

¡Agua va! (Relato)

Quinientos veinte cuatro, quinientos veinticinco, quinientos veintiséis ... ya solo faltan trescientos. Ochocientos veintiséis pasos desde la casa hasta la fuente. Ciento setenta y cinco más a la vuelta si se pasaba por la finca de Marcela con la esperanza de poder verla de reojo. Algunas veces lo conseguía pero, en general, había aceptado que el camino largo no era sino una pérdida de tiempo y, a veces, de agua por aquel meandro pedregoso en el que el pollino Rocinante tropezaba más veces que las que no.

Vio a lo lejos a Juan, atareado con lo suyo. Levantó la mano y lo saludó. Juan le devolvió el saludo. Era la tercera vez ese día y quedaban diez más. ¡Qué suerte tenía Juan! que vivía a escasos trescientos pasos de la fuente. ¡Y qué injusta era la vida! pues Juan tenía un pozo en la finca y no necesitaba ir a la fuente. Por tercera vez en el día perdió la cuenta de los pasos. Por tercera vez en el día no le importó porque sabía que, comenzando la bajada, solo quedarían doscientos pasos hasta la fuente.

Volvió a ponderar en su cabeza el camino a tomar para la vuelta. La última regañina de su padre por traer los cántaros semi llenos (semi vacíos decía su progenitor) le convenció de dejar la corte para el fin de semana siguiente que era fiesta en el pueblo. Empezaba la feria. Mientras pensaba en las diferentes atracciones, las almendras saladas, los juegos bestias a los que se prestaban el resto de zagales, las mil y una anécdotas de los años anteriores, llegó a la fuente. Con maquinal actitud ató el ronzal del pobre Rocinante y descargó las dos primeras cántaras. Las llenó y volvió a colocarlas en las alforjas.

Sin dejar de pensar en la feria, partió una manzana en dos, una de esas mitades en otras dos y, mientras él se comía un cuarto, compartió otro con su cuadrúpedo amigo. Dejó la otra mitad encima de la fuente, desató al noble animal y de forma automática tomó el sendero que conducía a casa de su pretendida. La media manzana quedó olvidada en la fuente donde unos pájaros no tardarían en dar buena cuenta de ella.

Cuatrocientos ochenta y uno, cuatrocientos ochenta y dos ... recordó que había decidido no tirar por el camino largo. Ya era tarde. Ya solo quedaba esperar en poder ver a Marcela y en que no se derramara el agua. La finca seguía muy tranquila. Comprendió entonces que debían haber ido al pueblo a comprar el vestido para la feria. Por eso no había tenido suerte las veces anteriores y por eso tampoco iba a tenerla esta vez. Maldijo su suerte y paró al burrito suavemente justo antes de las piedras.

Esta vez seguro que lo conseguiría. Primero esta pata aquí, luego la de atrás allí ... pero la paciencia no era la mejor virtud del equino. Con un ágil salto sorteó la mayor de las piedras.
¡Agua va!
El agua golpeando con fuerza ambos lados de ambos cántaros y, se encontró en medio, dio un salto hacia arriba y cayó luego donde momentos antes había cántaro y ahora solo alforja. Vio el agua chorrear. Le pareció que, cada gota, tardaba todo un minuto en llegar al suelo.

Un saludo, Domingo.

sábado, 17 de junio de 2017

Todo el mundo va a lo suyo

... menos yo que voy a lo mío. Me encanta esa frase. Es tan descriptiva ...

Soy muy consciente de ella y no deberían sorprenderme hechos como los que de vez en cuando me sorprenden. En este caso, gozo de una gran libertad en mi trabajo y puedo dedicar parte de mi tiempo a hacer herramientas para otros (mi equipo es bastante numeroso y variopinto) que casi nadie usa. Es un proceso curioso, de repente pienso que tal o cual cosa puede ser útil para ciertas personas y teniendo en cuenta experiencias pasadas, me limito a convertirla en realidad y comunicar que ya está disponible para quien quiera usarla.

Hay veces que la respuesta es verbalmente positiva y otros en que es simplemente nula. En cualquier caso, creo que no suelen usarlas ... al menos eso intuyo porque pasados unos meses preguntan por tal o cual cosa y digo que eso ya está disponible. Entonces se desata una histeria, bien particular, bien colectiva y me siento como si hubiera salvado una pequeña aldea gala de una apocalipsis zombi: feliz pero un tanto perplejo. ¿Qué hacen los zombis enfrentándose a Astérix y Obélix?.

El caso es que el arsenal de herramientas va tomando forma, se van interconectando y cada nueva herramienta revaloriza y a veces mejora las anteriores consiguiendo en cierta forma sobreponerse a un cierto estatus de "analysis-paralysis" general. Por supuesto, me alegro de que al final mi intuición sobre la utilidad de A ó B fuera cierta y procuro pensar en que la falta de aprecio inicial por ellas es solo porque en esta vida que vivimos, todo el mundo tiene muchas responsabilidades, muchos quehaceres y todo el mundo va a lo suyo porque difícilmente pueden atender a lo propio como para atender a lo de los demás. Todo el mundo menos yo, que voy a lo mío que es lo suyo.

Un saludo, Domingo.

sábado, 3 de junio de 2017

El chancho del inglés (Relato)

Babe era un cerdito pero no uno cualquiera, un cerdito valiente. Desde pequeño, desde chanchete, solo podía pensar en ser pastor. Había visto mil y una veces como el ranchero se dirigía a su pastora alemana para reunir el rebaño de ovejas y otras tantas veces las ovejas se habían asustado. Sería pastora pero estas ovejas no hablaban alemán. Una vez, solo una vez es lo que él necesitaba. Pero sabía que el ranchero no quería darle esa oportunidad. Cuando lo miraba, podía ver en sus ojos el reflejo de chorizos y morcillas y esto le dolía todavía más.

Para complicar más las cosas, el inglés, afincado desde hacía años en el sur de España, no hablaba casi ni una sola palabra de español. Además del clásico: "Una cerveza, por favor" que había aprendido en su Cardiff natal, las malas lenguas decían que también sabía decir "siesta", "sofa" sin acentuarlo en la "a" y "hospital", pronunciándolo de una extraña y curiosa forma esdrújula.

Y para colmo de desdichas, Babe no hablaba ni alemán, ni inglés ni español. Solo sabía ladrar con un acento local que resultaba muy gracioso a los perros, sobre todo a la pastora alemana, así como al resto de cerditos de la piara. ¿Qué querían? Al menos él era el único bilingüe de todo el rancho. Y el único con la determinación para convertirse en perro (o algo así) pastor.


  • Era lunes y era el día menos pensado y así lo pensó él: "Hoy es el día menos pensado, quizás tenga hoy mi oportunidad. Quizás no, es 100% seguro que la tendré.¡". Pero claro, como era el día menos pensado, aquel día no la tuvo.
  • Era martes y era el día menos pensado y así lo pensó él: "Ayer era lunes, un lunes no puede ser pero quizás hoy sí la tenga. Vamos, 90% seguro que la tendré,". Pero era martes y trece, aquel día tampoco fue.
  • Era miércoles y era el día menos pensado y así lo pensó él: "Ayer era martes, un martes es poco probable pero el hecho de que no fuera ayer aumenta las probabilidades de que sea hoy. 80% segurísimo que la tendré". Pero era miércoles y los miércoles el ranchero se limitaba a hacer las cosas que hacía los miércoles, no siendo el dar oportunidades a Babe una de ellas.
  •  ...
  • Era domingo y era el día menos pensado y así lo pensó él: "Ayer era sábado y el sábado es el último día de la semana para los ingleses; ayer no podía ser. Pero hoy sí, 15% seguro que hoy es el día de mi oportunidad" . Sin embargo, el inglés fue a comer con la familia a un restaurante indio cercano y Babe se quedó de nuevo sin su oportunidad.
  • Era lunes y era el día menos pensado y así lo pensó él: "Hoy es el día menos pensado, quizás tenga hoy mi oportunidad. Quizás no, es 100% seguro que la tendré.¡". Pero claro, como era el día menos pensado, aquel día ...

Un saludo, Domingo.