domingo, 5 de marzo de 2017

Siempre Fuerte



Esta es la foto de perfil de mi Whatsapp. He buscado en Google pero curiosamente no la encontraba. Se ve que se ha transmitido vía redes sociales pero o bien los perfiles no eran públicos o Google no ha tenido tiempo de indexarla todavía. Eso sí, su inteligencia artificial sí que ha detectado rápidamente que se trata una foto de la Catedral de Málaga. Quizás dentro de unos años detectará también el título de esta entrada que, por supuesto, es también el estado de Whatsapp: "Siempre Fuerte".

Dentro de unas horas hará una semana exactamente de la última vez que vi a Pablo Ráez en directo o en este caso y lamentablemente, de cuerpo presente. La primera vez que lo vi fue en el funeral de mi abuela. Había visto a diferentes miembros de su familia, sobre todo a sus abuelos y alguna vez a su hermana con anterioridad pero era la primera vez que lo veía a él. En aquel momento debía tener 17 años y bajo la camiseta de verano, se intuía el físico de un auténtico atleta. En seguida pensé que estaba destinado a ser bombero como su padre. Su hermana le comentó que yo había estudiado matemáticas, recalcando lo difíciles que eran motivo por el cual pensé que ni al uno ni a la otra se le habían dado del todo bien.

La siguiente vez que lo vi fue en Youtube. Había escuchado hablar de "Crossfit" un par de veces pues estaba empezando a ponerse de moda, pero no fue hasta que vi su vídeo cuando comprendí que eso del Crossfit no era lo que hacían mis compañeros de trabajo, por mucho que quisieran ponerle el mismo nombre. Como puede verse, era todo un portento de la naturaleza. Huelga decir que yo nunca fui un deportista dotado y menos con esa edad pero con mi base genética creo que ni aunque viviera tres vidas sería capaz de hacer lo que hace Pablo en ese vídeo.

Poco tiempo después mi madre, que hablaba frecuentemente con su abuela, me comenta que tiene leucemia y que se la han encontrado en un chequeo rutinario para operarse de una antigua lesión de rodilla. Sus niveles sanguíneos eran tan alarmantemente bajos y contradecían tan a gritos su espectacular aspecto exterior que tuvieron que repetirle las pruebas. Lamentablemente las segundas no hicieron sino confirmar el resultado de las primeras. Lo demás es público y Wikipedia lo sabe mejor que yo.

Lo que no es público sino meramente privado y familiar fue el par de veces que acompañé a mi madre a visitarlo al Hospital Carlos Haya de Málaga tras su primer transplante de médula. Había perdido parcialmente la visión a causa de la quimioterapia y se encontraba encerrado rodeado de su padre o su madre, que se alternaban para cuidarlo y sus gadgets, su consola o su iPhone. Pablo era todo un fanboy.

Tras eso, un año y medio de alegrías y sinsabores. El ser declarado abanderado de la delegación de trasplantados en los juegos olímpicos de 2018 ó 2020, si no recuerdo mal. Recuerdo que pensé que sus contrincantes estarían en desventaja. Con semejante físico, en plena juventud y a poco que la salud le acompañara ... pero no le acompañó. El segundo trasplante no era el idóneo sino el único que había con una cierta compatibilidad y casi un grito desesperado en busca de un milagro en el que toda España creyó y que nunca sucedió. En el camino, un alza récord de donantes de médula. Incluyo yo mismo, con más de 100 donaciones de sangre en mis brazos, nunca me había hecho donante de médula y el año pasado me hice.

La semana pasada, quizás poco antes de escribir mi entrada en el blog, Pablo moría en su casa rodeado de su familia más cercana que además en este caso resultaba ser su familia a secas. La suya no era una gran familia si nos ceñimos al número única y exclusivamente a la cantidad. Para empeorar las cosas, su abuelo materno a quien iríamos a visitar tras el funeral, había sufrido una caída con rotura de cadera o viceversa unas semanas antes y su abuela paterna también estaba delicada de salud.

Cuando llegamos al tanatorio me sorprendió ver tan poca gente allí. Con su eco mediático, yo esperaba, como se suele decir, que aquello fuera Calle Larios en ferias. Pero no, no distaba mucho de cualquier otro fallecimiento. También es cierto que llegamos a última hora, poco antes del traslado. Quizás por la mañana sí que habían arropado a la familia los centenares de personas que así lo hicieron durante el servicio religioso. Al igual que la Wikipedia, o su redactor, unas 1000 personas también calculo yo en una iglesia que más bien parecía una catedral. Unas 500 sentadas y otras tantas de pie asistiendo al servicio bien en directo, bien a través de los monitores distribuidos por las diferentes columnas. Me sorprendió, a medias, ver tanto despliegue tecnológico en una iglesia. No sé si tenían algún realizador o directamente las cámaras apuntaban al sonido, tal como hacen los sistemas de videoconferencia en las salas de reuniones típicas en las empresas.

Durante el servicio me enteré de que Pablo se había bautizado ya de mayor y que la familia mantenía una relación de amistad con el sacerdote que oficiaba. Tanto que él mismo no pudo evitar emocionarse en algunos momentos. Especialmente emocionante fue cuando sacaron el féretro de la iglesia camino al crematorio. En primer lugar porque lo llevaban, como había pedido el propio Pablo, los adolescentes que ejercían de monaguillos y de los cuales él había formado parte hacía tan solo unos años. En segundo lugar porque el sacerdote pidió comprensión con la familia, completamente rota y que se canalizaran las palabras y gestos de pésame con gestos, en particular con el brazo flexionado a la altura del codo, sacando bíceps y gritando "¡Siempre Fuerte!".

Ese había sido el lema también que se podía leer en la cinta que llevaba la corona de flores que colgaba del portón trasero del coche fúnebre. En los laterales, otras de la familia o los bomberos de Marbella. Por cierto, por razones no demasiado importantes en vez de acudir con antelación a la iglesia, acabamos siguiendo al coche fúnebre y entre otras cosas siendo testigos del cariño, respeto y admiración no solo del pueblo marbellí sino de las diferentes fuerzas y cuerpos del estado, policía, guardia civil, bomberos ... incluso recuerdo a uno de los policías haciendo el saludo militar al paso del coche fúnebre.

Pablo murió luchando y murió con el ruido y agitación que cabe esperar en un chico de 20 años que acaba de empezar a vivir. No es normal pervivir a un hijo, decía hoy alguien que no sabría decir quién es pero cuya cara me sonaba.Y lo decía hoy porque ayer, justo una semana después, murió su abuelo materno. En silencio, como corresponde a una persona de 91 años al que una enfermedad que en principio no supone un riesgo para la vida se le complica. A esas edades, de hecho a cualquiera pero especialmente en esas, basta estar vivo para poder morirse.

El funeral de hoy ha sido íntimo, casi más íntimo imposible. Quince personas. El padre de Pablo comentaba que para la familia parecía el día de la marmota. Y lo era, era la gota, la lágrima, que colmaba el vaso pero teniendo en cuenta que la culpable no es la pobre lágrima sino el vaso previo. Al final, en Marbella, casi el mismo sitio, casi la misma gente 985 personas arriba o abajo y casi los mismos periodistas, el mismo núcleo familiar y subyacente, con unas u otras palabras, el mismo lema:

SIEMPRE FUERTE

Un saludo, Domingo.

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